Caminando con el peso de la mochila de la vida encontré, hace ya cinco años, un lugar atemporal, un espacio que decidí dedicarme a mí. En este rinconcito, además, estuve con la mejor compañera que se puede tener en un viaje hacia la introspección, María José. Fue ella quien me acompañó desde el primer día –perdida en una calle de Madrid– hasta el último –con las riendas de mi vida bien agarradas–.
Ha sido un proceso de altibajos, un proceso donde jugué y aprendí a “quitarme la máscara”, a poner límites sanos y necesarios, a pedir ayuda y a dejarme cuidar, a soltar lo que ya no era mío y me impedía crecer, a renacer sobre mis cenizas y alzar el vuelo hacia la vida con otra mirada, quizá más amplia y sabia.
En María José he encontrado no solo a una gran terapeuta sino también a una confidente, un refugio y, a la vez, una puerta de escape. Con ella he reconstruido mis alas y he aprendido nuevas técnicas de vuelo, como que no hay alegría sin tristeza, que hay que dejar cosas por el camino para llenarnos de otras o que lo que aceptas te transforma y lo que niegas te somete. Durante este proceso he conseguido construir relaciones sanas, tanto conmigo misma como con otras personas, y a abandonar el ático de mi cabeza para dejar espacio a mis emociones, a entenderlas y expresarlas.
Gracias a los aprendizajes y a mi guía, María José, ahora vivo más auténtica y sanamente y he podido vaciar un poco esa mochila o, al menos, darme cuenta de que hay libros que no me pertenecen.
(Irene N. Diciembre 2017, Madrid)