Es importante que los niños sientan que sus cuidadores principales sean figuras fuertes, que no se molestan ni se asustan de sus hijos, que ESTÁN siempre ahí, accesibles a las necesidades de los niños.
Por otra parte, es necesario que los adultos NO dependan de las conductas de sus hijos para entregarles o retirarles su afecto y su cariño, sino que siempre estén con ellos; estar con ellos sin abandonarles emocionalmente no es incompatible con ponerles límites. Cuando un niño no se comporta de la forma en que el padre espera y éste se lo reprocha y además le castiga de forma extrema, esto supone un abandono emocional para el pequeño, quien desarrolla además un gran sentimiento de culpa y de inseguridad.
Se ha de contener al pequeño, esto significa, que como adultos, debemos demostrarles que somos más fuertes que él, que somos su figura de seguridad. Para ello, debemos hacerle llegar que sus conductas no nos asustan, que no nos desestabilizan emocionalmente, por ejemplo, que no nos quedamos con su violencia devolviéndosela en gritos. Sino que, sin embargo, ESTAMOS AHÍ, contendiendo sus actos, sus emociones.
Si el objetivo es hacerle entender que lo que ha hecho no es correcto, efectivamente podemos conseguir la meta sin ser necesario que para ello, el indefenso niño se impregne de una culpa que no le pertenece. Para ello, es preciso poner un límite al niño, empleando un tono de voz firme y claro, contundente, pero sin cargarlo de reproche o desesperación. Ya que si nos desesperamos con ellos, no estamos transmitiéndoles fortaleza ni seguridad, todo lo contrario, estaríamos siendo desbordados por ellos y transmitiendo un apego inseguro.
Es interesante resaltar que los niños perciben mucho la forma en que sus padres se dirigen a ellos, y tanto el lenguaje verbal que éstos utilizan como el no verbal (gestos, expresión de la cara, mirada, postura corporal, etc.) les marca en gran medida.
Para que un niño entienda que no debe repetir lo que ha hecho, es bueno hacérselo entender, pero con un lenguaje claro y firme, lejos de ser culposo. Es más útil hacerle responsable de sus propias acciones enfrentándole a las consecuencias de sus actos, que mostrarse hostil con el niño, castigándole.
Si podemos hacerle entender al niño, por tanto, que efectivamente, debería haber obrado de otra forma pero sin hacerle sentir culpable, y transmitiéndole el mensaje de que seguimos ahí, a su lado, de que no nos vamos, conseguiremos que el niño construya una identidad más segura, sin el sentimiento generalizado del miedo a equivocarse, o el miedo a hacer algo mal, emoción que acaba derivando en su inseguridad a largo plazo como adulto.
Podemos por ejemplo, ponernos en el caso de un niño, que ante un ataque de ira, tira un par de vasos de la mesa al suelo; ante este caso, los padres deben decirle firmemente que no está bien lo que ha hecho, pero sin proceder a montarle un número, sin enfadarse con él en exceso, es decir, en definitiva: limitarle pero sin perder los papeles.
Es necesario transmitirle al pequeño que no permitimos lo que ha hecho, pero sin que haya un exceso de autoridad tanto en el discurso verbal como en el no verbal. En este tipo de circunstancias, es aconsejable que los padres hagan partícipe al niño de las consecuencias de su acto violento; en el caso mencionado implicaría recoger lo que ha tirado, ayudándole a barrer los trozos que han quedado en el suelo.
Por otra parte, también es positivo que el padre o la madre le dedique un gesto no verbal de contacto afectivo, después de ponerle el límite. El contacto con las manos, es una gran fuente de seguridad para el niño y representa el siguiente mensaje: «aunque te limito estoy contigo, no te dejo, sigo aquí, a tu lado».
Enfrentar estas situaciones de una forma saludable y productiva para el pequeño, no sólo consiste en salvarle de la culpa y en limitar al niño sin retirarle los afectos, sino también en confirmar sus emociones:
Si se castiga a un niño por un acto o conducta violenta, no olvidemos que ésta estuvo originada por un sentimiento, por una emoción. Sea la emoción que sea de la que se trate (rabia, tristeza, frustración, etc.) sería productivo sentarnos con nuestro hijo, y hablar con él, tratar de llegar juntos a una conclusión que responda a preguntas como, ¿qué es lo que le sucede?, ¿qué le ha llevado a sentir esto?, ¿para qué se está comportando de esta manera?, etc. Actuando de esta forma, estamos permitiendo al niño sentir sus emociones y expresarlas, ayudándole a reconducirlas de una forma constructiva y no destructiva.
María José Vives Gomis