El viaje de la terapia

     Llevas un tiempo dándole vueltas. Deseas hacer ese viaje. Quieres hacerlo porque en el fondo, aunque a veces te cuesta reconocértelo a ti mismo, sabes que lo necesitas. Es curioso: desconoces muchas cosas de este viaje, pero hay una voz compasiva dentro de ti que te dice SÍ, que te confirma que a pesar de desconocer el trayecto y el destino, lo necesitas. Así es: ignoras cuál será el paradero. Cómo será su camino, cómo de largo será o cuántas curvas cerradas o abiertas tendrá, cuántas cuestas o líneas rectas habrá, qué tipo de indicaciones tendrá, si habrá gasolineras para reponer combustible y dónde estarán. Pero conoces lo más importante de todo: tu deseo de coger ese coche e iniciar esa aventura, a pesar de tanto interrogante. Así que llega ese día en el que te armas de valor, coges unas pocas provisiones y te subes al coche.

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       Esto es iniciar una terapia. Esta es la sensación que se tiene en un comienzo en el que el viaje de la terapia no se ha hecho nunca y se hace por primera vez. La persona no sabe cómo será ese viaje. Sí conoce los cambios que desearía hacer para encontrarse mejor, pero por otra parte, desconoce el lugar del paradero, y por tanto, el camino por el cual se llega a él.

     Al comienzo de la terapia, y tal vez, en algunos momentos de la misma, la angustia e incertidumbre del paciente le harán desear que sea su psicoterapeuta quien coja el volante del vehículo, para ser llevado, transportado, dirigido por él, pero éste le hará ver que él no asumirá de ningún modo el papel de ser conductor, y por tanto, le hará ver que él no es carretera, no es gasolina, no es trayecto, no es destino…

    El psicoterapeuta, sin embargo, es esa persona que va al lado de copiloto, esa herramienta que acompaña al conductor, que no abandona, que respeta, que cuida, que está pendiente de que el que lleva el volante no se quede dormido. Es quien intuye dónde está el destino al que su conductor le manifiesta que quiere llegar, pero que lo intuya no significa que lo imponga, pues la decisión de llegar hasta él o no llegar es siempre del conductor del viaje.

    Además, el copiloto siempre se adapta para que el trayecto lo vaya marcando su conductor, kilómetro a kilómetro, sesión a sesión: la aportación del copiloto siempre es la misma y la única: hace de guía con las señales según el camino que va perfilando el conductor, y respeta, que se equivoque o no, que las siga o no, que se pierda o no, acepta cada giro del paciente, cada curva, cada línea recta, cada cuesta, cada bajada, incluso cada parada para descansar, si así lo requiere el conductor del viaje, sostiene y comprende su ritmo: si necesita ir más despacio o más deprisa, y finalmente el copiloto siempre está ahí, para reconducir, reorientar, guiar. Siempre está para guiar. Siempre está para cuidar, para sostener al conductor en su preciado y valioso camino.

     Esto es verdaderamente lo importante de la terapia: su propia aventura y el valor de haberla emprendido. Lo relevante acaba siendo el camino que en sí mismo construyen juntos, psicoterapeuta y paciente, pues no siempre el paradero existe como tal, en ocasiones es sólo una inspiración para realizar ese viaje, pues es en el caminar donde reside la verdadera sanación.

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